Pablo Malaurie
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Pablo Malaurie

Buenos Aires, Buenos Aires F.D., Argentina | Established. Jan 01, 2009 | INDIE

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Established on Jan, 2009
Band Electronic Indie

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Music

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"Pablo Malaurie, la vitalidad y la delicadeza en un mismo gesto"

En una esquina desangelada del Parque Centenario, la presentación del disco El festival del beso, de Pablo Malaurie, sorprende con su poesía insólita. Jeans y remera negros, la melena sacudiéndose por encima de un entrecejo y una nariz siempre fruncidos, Malaurie canta sus propias canciones con una guitarrita como de juguete, en medio de parlantes, micrófonos y teclados tan destartalados que uno diría que acaba de sacar a la vereda los muebles de su cuarto de infancia de los años ochenta. Con su "seriedad de niño que juega", parece un personaje especialmente creado por Tim Burton para sorprender argentinos, fusionando características de Puck, Leda Valladares y Federico Moura.

El público de fans que han llegado a verlo, así como la gráfica del disco y algunas bromas de los textos, hacen pensar en ciertos tics de la estética de los años noventa, cierto uso burlón y superficial de lo popular; quizá Malaurie sea un esnob; en todo caso, su "voz sabe más que él mismo" y El festival del beso conmueve por la tersura y la originalidad con que funde corrientes culturales opuestas que vienen entrecruzándose en esta parte del planeta. Su gran inspiración es la world-music: de los campos y los suburbios, con sus gargantas libres, sus sonidos inaceptables para las estéticas institucionales, y su constante invocación a la alegría y la naturaleza, es decir, al poder de lo femenino.

¿A qué se parecen las canciones de Malaurie? A todo y a nada: al folklore mexicano y a la canción poética francesa, a los lieder de Reynaldo Hahn y -mucho- a los temas de Virus. ¿De qué hablan sus canciones? No describen ni cuentan historias: cada una es un mundo entero, construido con una laboriosidad y una capacidad de sugerencia disimulada por la aparente sencillez. Malaurie no quiere "poner música" a las palabras, sino "ponerlas a trabajar" como otros tantos elementos musicales. Malaurie ama jugar con las rimas y las aliteraciones, y usa las "ch" de "chica chico chica muchachita" para enfatizar el ritmo, y las últimas vocales de "nariz", "vení" y "aquí" para potenciar el color de la voz en las notas más altas. Separadas por grandes silencios o por las onomatopeyas del "bip-bop", palabras tan distintas como "virgencita" o "hectopascal" se vuelven sitios de un paisaje tan variado y hermoso como el mundo que nos rodea.

Porque, además, Malaurie es un cantante extraordinario, tan intuitivo como para haberse inventado una técnica propia. Suerte de contratenor pop, Malaurie enriquece la textura un poco demasiado lisa e impersonal del falsete variando constantemente los modos de colocación de la voz, buscándole sonoridades "no humanas" como las que imprimían las primeras transmisiones radiales o los primeros estudios de grabación, y sobre todo, adoptando los recursos del "precanto" (Valladares): quejidos, gritos, adornos vocales que exponen el cuerpo cantante mucho mejor que la propia desnudez. Con su gran valentía, Malaurie consigue expresar emociones tradicionalmente vergonzantes del varón: ternura, incapacidad de comprender, hartazgo de dominar, y sobre todo, una sensibilidad que concilia, como el mes de septiembre, la mayor vitalidad con la mayor delicadeza. - La Nacion


"Una luz polvorienta"

Basta mirarlo para intuir que el nuevo disco de Pablo Malaurie es muy distinto del anterior. En El Beat de la Cuestión, que salió en junio, aparece él en la portada, con una bata que Sandro habría usado, chasqueando los dedos delante de una ventana blanca (es de día), con expresión entre sensual y adormilada. Lo rodean franjas de colores –azul, rojo, fucsia, violeta– que recortan el perfil de una mujer. En comparación, la edición de El Festival del Beso (2009) es sobria y algo críptica: una pintura de William Bouguereau intervenida con el nombre del disco, pegada a una caja de cartón que Pablo fabrica a mano –y bien viene en puño y letra– una por una. Es que al momento de lanzarlo no tenía ninguna pretensión, sólo registrar el “lenguajito” que descubrió cuando su banda Mataplantas se disolvía; uno a base de ukelele, banjo –tocado con técnica personal porque desafina– y esa voz elástica asombrosa que surgió de imitar a Libertad Lamarque y a su abuela Pichina.

A nivel local, fue el destape de un cantautor sorprendente: profundo, directo y con gracia, pero el disco –unas canciones otoñales preciosas– tuvo insólitas repercusiones internacionales: se editó en Japón, y de Rumania lo convocaron para componer la música de Loverboy, la nueva película de Catalin Mitulescu (Pablo viajó a Bucarest porque al director le gustó su cara y lo quiso para un papel pequeño, el de un amigo del protagonista que queda loco después de que lo plantan en el altar).

Ahora, con la mitad de un pebete del mítico bar La Giralda en la mano, confiesa un “súper amor” por ese disco, por todo lo que brindó pese a su bajo perfil, “aunque la idea romántica de hacerlo uno por uno fue muy linda, pero hizo que todo el tiempo me pidiera más. Si ya tengo otro y todavía estoy cortando cartones”. De todos modos, la imagen resulta apropiada: conceptualmente, dice Pablo, El Beat... es la continuación de su predecesor, y en un principio se iba a llamar “Pasto en la espalda”, “porque ¿qué queda después de un festival de besos?”. Esa canción fue la elegida para abrir el disco (engañosamente, con una introducción extensa y lánguida, evocativa de “Mañana Bucólica”, el cierre de El Festival...), que encontró un nombre más ingenioso. Porque la cuestión acá es el beat: frecuencias graves –guitarra fuzz, teclados y sintetizadores procesados– en convivencia con líneas de bajo y batería; la incorporación más fuerte al sonido –ante la elocuente desaparición del ukelele y el banjo– pasa por lo rítmico (el corazón de las canciones, o el quid de la cuestión).

Pablo, además, volvió a trabajar con banda (hasta ahora lo acompañaba el pianista Nacho García), ahora en rol de coordinador, algo que le sale muy mal, aclara, “porque nunca tengo un plan, sólo una idea vaga de hacia dónde ir”. Así de vaga era ésta: “Cuando tuve la paleta de canciones se me vino a la cabeza un viaje de una cabaña destrozada a una discoteca”. Y fue lo más logrado a nivel texturas: hay temas con base de guitarra criolla (siempre versátiles: “Desalineada” coquetea con el flamenco, “Seymour Cassel” recuerda el tropicalismo de “Superficies de Placer”, de Virus) y otros más sintéticos, como “Interferencias totales”, que en sonido y letra es la nostalgia misma: “La brecha se hizo larga esta vez aquí en la Argentina/ Me gustan las de Pappo y Manal, no las de plastilina”, le canta a un mainstream que hace rato perdió mística y profundidad.

“También tiene que ver con mi historia del último tiempo, todas las canciones son muy autorreferenciales”, agrega sobre la idea de la cabaña y la discoteca. Hace un tiempo Pablo se separó, erró por casas de amigos y conoció todos los bares de la avenida Corrientes, hasta que se instaló en Balvanera: “Me identifico mucho con el barrio, siento que Corrientes es mía. Y me parece que el disco tiene algo de eso, como de neón, pero no de Las Vegas, de Corrientes”. Una luz más polvorienta, se deduce; más romántica, sin duda. Son las luces de las discotecas, también, de las que nunca fue adepto, pero le despiertan una especie de fascinación: “Son lugares donde todo está dispuesto para que te veas poco y te rompas. Y a mí me pasa algo dentro de toda esa cosa sintética, ciertas piezas tecno me levantan una cosa emocional que me vuelve loco”. Si lo piensa, encuentra el “link melancólico” en los bailes escolares, donde escuchó por primera vez a Depeche Mode, Pet Shop Boys o New Order: “Por supuesto yo no estaba en el grupo de los cancheros: timidez absoluta; relacionarme con una chica, imposible”.

Un antihéroe pícaro, un chico Almodóvar versión porteña, Pablo escribe y musicaliza un culebrón en “Lorelei”, como se llamaba la empleada doméstica de su primera casa: “Me la puse ahí contra tu caparazón/ Dijiste ¡no! Y cruzaste las piernas. Ay, pero qué lindas son Lorelei”. En “Ahá mhm” pinta una conocida escena tragicómica: “Si todo lo que hacías te venía saliendo tan bien/ Y todas las baldosas que pisabas te decían ok/ Y ahora que se vino el maremoto ¿dónde está el timón?/ Pues todo lo que estaba en su lugar ahora desapareció/ Y en el diván oías: ahá mhm”. Y en la fabulosa “Seymour Cassel” cuenta sus celos por el actor fetiche de Cassavetes: “Me acuerdo del tipo que en el cine te flirteó, un tal Seymour Cassel”. Pero fuera de la comicidad de la historia, Pablo –y éste es quizá su mayor logro como letrista– es romántico sin ser cursi: “Creo que no existe lo que hay si no fuera como ha sido/ Creo que la única verdad es habernos conocido”, canta, más que nunca en este disco, con el corazón en la mano.

Pablo Malaurie presenta el genial El Beat de la Cuestión –que se puede escuchar en Bandcamp, pero mejor comprarlo– el jueves 8 de agosto, a las 21, en La Trastienda (Balcarce 460). Entradas $ 50. - Pagina/12


"Pablo Malaurie: un trovador del futuro"

Pablo Malaurie no se parece ni siquiera a sí mismo. El músico, ex Mataplantas, se reinventó en su nuevo disco, El beat de la cuestión, frente a su primer trabajo solista, El festival del beso. Ambos con una intención sonora diferente: uno acústico, de ukelele y banjo; y éste, tecnológico, con samplers y máquinas. Así, el trovador intimista huyó del living y apostó al pop, con melodías iluminadas por el neón flúo de la Avenida Corrientes y rodeado por una banda, con los músicos de Les Mentettes, Tomás Molina Lera y Adrián Rivoira, y sus socios musicales Nacho García y Nicolás Gullota, dirigidos musicalmente por Mariano “Manza” Esaín.

Pero no todo cambia. Como un tesoro, Malaurie guardó su marca registrada, el falsete que nació como un chiste imitando a Libertad Lamarque y a su abuela, “cuando lavaba los platos cantando una opereta italiana con su cofia de red en la cabeza”, recuerda. “Lo veo como un elemento muy particular que me sirve para definirme”. Alguna vez, a raíz de esto, una señora le dijo que cantaba como las sirenas japonesas. Y el piropo le gustó.

El encanto de su voz también cautivó al cineasta francés Vincent Moon, que le ofreció el video de su tema Seymour Cassel, y lo colgó en La Blogotheque, junto a temas de Arcade Fire, Beirut o REM. Puertas que abren puertas. El clip a su vez cautivó a un productor japonés que editó sus discos en la isla, así como también al director del film rumano Loverboy, que lo convocó para hacer la banda de sonido y también a participar como actor.

Para la presentación del disco, esta noche en La Trastienda, habrá ritmo, sorpresas y regalos. “Voy a regalar un póster que dice ‘Haz tu propio estilo de música’, una canción de Mama Cass Elliot que me define. Veo muchas propuestas y repetición. Está bueno tener tu propia llave. El beat en una canción remite al pulso. Es el corazón como motor. Y hay una cuestión rítmica muy característica de las canciones de este disco. Me parece necesario no quedarse en un lugar cómodo. Por otro lado, sinceramente se me fueron del cuerpo el ukelele y el banjo: si los siguiera tocando estaría mintiendo”, dice Pablo, que cuando canta hace una particular mueca de tragedia y ceño fruncido. Hoy, además, estrenará nueva banda. “Había algo de buscar la fuerza de Mataplantas, buscar esa energía para transmitir. Me llevo bien con la soledad, pero creo que no hay que ser tan amigo de ella”. - Clarín


Discography

Still working on that hot first release.

Photos

Feeling a bit camera shy

Bio

Currently at a loss for words...

Band Members